La verdadera historia del MAGO MERLIN IV ( Alionin )






 Alionín decidió desde el primer dia que vio a la niña instalada en el bosque, acompañarla a todas partes. Siempre volaba a su lado Iba con ella a recolectar las plantas medicinales del bosque,  a menudo mostrándole su alegre afecto al piolar, después cuando llegaban a la casa, juntos las clasificaban y dejaban secar. 
Cuando las plantas alcanzaban su estado medicinal idoneo las colocaban  en unas alacenas que habia dispuesto dentro del roble, que sin duda debía de ser mágico, pues no te podías explicar cómo conseguian almanenar tantas cosas dentro de aquel tronco de árbol, de apariencia  normal, y con una puerta que resultaba invisible para el ojo de un mortal.

   La dieta de la niña era prácticamente vegetariana, así lo había decidido ella desde que vivia  en el bosque.  Hasta ahora había sido muy variada en casa de su madre. Me solia decir que echaba de menos los potajes de legumbres y cereales que comía en la acogedora cocina de su antigua casa, los que todos los dias con  esmerado cariño  les preparaba  su ama  a la que llamaban  Nonna y que desde que tenia uso de razon reconocia que habia cuidado de ella. No perdia la esperanza de que algun dia volveria abrazarla, me decia de vez en cuando, con voz quebrada. 

La niña recogía todos los frutos que la naturaleza de los alrededores les ofrecían y que eran en su mayoria comestibles. Las bellotas sin duda alguna era su alimento favorito. Su flor florecía en mayo, pero su cosecha se recolectaba en el otoño del año siguiente. Las bellotas recién recolectadas, aun frescas las consumía crudas, disfrutaba metiéndose tres o cuatro a la vez en la boca , su sabor intenso le impregnaban  el paladar y suspiraba con deleite. Algunas mientras las recogia se las colaba en la palma de su mano y las que se le colaban entre sus dedos y caían al suelo, con presteza se acachaba sin pereza y las volvía a recoger, no quería dejar escapar ni tan siquiera una. 
Cuando disponía de tiempo, o se aproximaba el invierno con los días cada vez más cortos y  por lo tanto más fríos por las menos horas de sol, o bien porque necesitaba algo caliente que llevarse al estómago, se entretenía en asarlas o cocerlas en su puchero junto al agua transparente del arroyo. Las aromatizaba con las hierbas que crecian por los alrededores para darles su irresistible sabor. 
Alionín siempre a su lado revoloteaba entre las brasas que salían disparadas de debajo del puchero, se acercaba tanto al borde de este que alguna vez estuvo apunto de caer dentro. Cuando ya estaba preparado el caldo lo compartía con el pajarito y comía del mismo cuenco. El caldo caliente reconfortaba a los dos y a la niña le traía tantos recuerdos del pasado, que alimentaba su presente. 
El resto las almacenaba y dejaba secar para triturarlas entre las piedras y convertirlas en harina para hacer el pan de bellotas del cual conocia todas sus cualidades nutritivas. Su miga suelta y perfumada, desprendia un aroma a hogar que envolvía al árbol. 
Le gustaba untar el pan con “la miel dorada del roble” que brotaba de las ramas que habían sido arañadas por el hongo yesquero, estas se defendían produciendo unas agallas con forma de pelotitas blandas de aspecto lanudo y de color amarillo, con el mismo tacto viscoso y sabor dulzón que la miel, que ella solía llamar “el roció de la miel”.
  Las castañas que desprendian ya listas para comer  de los castaños y que Alionin se encargaba de picotear para señalarle cuales eran las mas sabrosas, le sabían a exquisito manjar, así como los frutos silvestres de las moras, y las bayas de arándanos rojos o azules que se encontraba en los arbustos de los bordes de los caminos que recorrian y que crecian silvestres juntos a los arboles que les daban sombra mientras se los comia junto a Alionín durante el descanso de las tardes después del trabajo.

  Desde hacía varios días Alionín había perdido el apetito y rechazaba cerrando el pico las lombrices y lo escarabajos que la niña se encontraba muertos y le ofrecía. Esa tarde se había acurrucado callado entre las ramas de la casa árbol buscando la paz del silencio.
 
Aun cierto punto del atardecer  oír el golpe seco contra el suelo del cuerpo petrificado del pajarillo, la niña tambien debio de haberlo oido porque la vi salir del árbol corriendo con mucho desasosiego y  recoger su cuerpo, de entre las hojas dormidas, al comprobar que se le habia ido la vida. 
Con sumo cuidado lo coloco en medio de sus temblorosas manos, improvisando un ataúd para el desdichado que yacía inerte, con la cabeza ladeada de color azabache al igual que su pico y su cola y con su pecho de color amarrillo donde le cruzaba una mancha de color negra que se asemejaba a la marca de la muerte que le había arrebatado la vida.
 Cuando cruzaron la línea de la puerta vi cómo con su aliento le daba un soplo de vida, las plumas esponjadas del pajarillo en su pecho inmovil por causa del mal, revolotearon como si atesoraran todavía vida, pero volvieron a posarse con dócil resignación, a la vez que la niña le susurraba como si le pudiera oír: - “Mañana al amanecer volverás a cantar mi Alionín con tus alas azules que ahora palidecen y recobraras la intensidad del color azul de tu manto para que  al brillar te  confundas con  las nubes del cielo mientras vuelas”.
 Y prosiguió “con el poder y la energía que me otorga mi padre el sol yo te libero de las garras de las sombras del sueño encantado que te han llevado a destiempo al descanso infinito, en la pradera del  Otro Mundo alejándote  de mí lado, y te recuperaré a la luz de la vida mañana al amanecer con los primeros rayos de sol, para que seas mi compañía”.
 Por primera vez  ella sintió con extremada intensidad  como se le encogía  su pecho a la vez que iniciaba el aprendizaje de la soledad, fría y desangelada, al sentir vacio el cuerpo inexorable de su amigo, al acercárselo a su corazón. Brígida se refugió dentro de su árbol.

La luna que esa tarde apareció más temprano que de costumbre, la contemplo complacida, al descubrir que tenía una joven aliada.
Cuando el aire rezagado, le entregó a su oido las últimas palabras que la niña había dedicado al pajarillo inerte,  ésta las recibió con generoso  asombro, adivinando, que tenía ante sí una pequeña Diosa. que aprendía con voluntad su oficio día a día.

Continuará…..



Continuará…..







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